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Un aumento reciente en el número de suicidios en Massachusetts (de 40% entre 2004 y 2014) es resultado de un incremento en el número de hombres de mediana edad que terminan con su vida, según el Departamento de Salud Pública de Massachusetts. De hecho, 40% de todas las muertes por suicidio en Estados Unidos son de hombres entre 35 y 64. Es una cifra asombrosa, sobre todo porque este grupo demográfico representa apenas 19% de la población nacional.

 

¿A qué se debe este aumento?

En un nuevo informe del Centro de Recursos para la Prevención del Suicidio, que yo dirijo y que es parte del Centro para el Desarrollo de la Educación de Waltham, se ponen de relieve las expectativas de nuestra cultura sobre la identidad masculina, unas expectativas que amplifican los factores de riesgo de suicidio, al tiempo que reducen la eficacia de los programas de intervención preventiva. Estas expectativas culturales son, por ejemplo, ser independiente y capaz (y, por tanto, no recurrir a la ayuda de otros), ocultar las emociones (en particular las que revelen vulnerabilidad o desamparo) y ser el sostén de la familia, una identidad que se pone en tela de juicio cuando un hombre no puede mantener a los suyos (por ejemplo, si se quedó sin trabajo).

A estos factores se suma que pocos hombres buscan atención para sus problemas de conducta. De hecho, los hombres se someten a menos tratamientos de salud conductual que las mujeres, pese a que los trastornos mentales (en particular la depresión) y de consumo de drogas son graves factores de riesgo de suicido entre ellos. Las posibles explicaciones son que los hombres se sienten reacios a aceptar que podrían aprovechar los servicios de salud conductual, que los médicos no reconozcan la depresión de los hombres y no los remitan al especialista apropiado (quizá porque los instrumentos para detectar la depresión se han elaborado principalmente para mujeres), que los hombres crean que esos servicios son ineficaces, que se sientan avergonzados y temerosos de los prejuicios (o que los enfrenten) relativos al diagnóstico y el tratamiento de los problemas de salud conductual.

 

 

De hecho, los hombres se someten a menos tratamientos de salud conductual que las mujeres, pese a que los trastornos mentales (en particular la depresión) y de consumo de drogas son graves factores de riesgo de suicido entre ellos.

 

En el informe se dan recomendaciones, como capacitar al personal de los centros de atención de crisis sobre el riesgo de suicidio en este grupo, colaborar con los medios de comunicación para difundir mensajes con exhortos a buscar ayuda y mejorar los servicios de sostén y referencia para hombres que pasan por problemas económicos, legales o conyugales, que pueden estar en peligro de suicidarse.

Estas recomendaciones sentarían las bases para un programa de prevención del suicidio de hombres a la mitad de la vida, pero no van a prosperar si no cambiamos la forma en que se habla del suicidio.

El diálogo público sobre el suicidio tiene que cambiar para no ser de desesperación, sino de esperanza, salud y resiliencia. Tenemos que recordarles a los que corren riesgos, y a sus amigos y familiares, que hay ayuda. Podemos enseñar a familiares y amigos a identificar a las personas que están en peligro de suicidarse y a estimularlas para que se atiendan. Puede hacerse más para promover la búsqueda de asistencia como norma social. Es útil instalar un teléfono de ayuda, pero no basta.

No es la primera vez que ha sido necesario cambiar la conversación de la sociedad para lograr un avance importante en la salud pública. En la década de 1950, la palabra “cáncer” era tabú. No la pronunciábamos porque no podíamos curarlo; pero en cuanto empezamos a hablar de cáncer, comenzamos a dedicar recursos para prevenirlo y tratarlo. La lucha contra el cáncer está lejos de haber terminado, solo que el número de personas que sobreviven y llevan una vida sana y productiva parece casi de milagro.

 

 

Estas recomendaciones sentarían las bases para un programa de prevención del suicidio de hombres a la mitad de la vida, pero no van a prosperar si no cambiamos la forma en que se habla del suicidio.

 

 

Estamos logrando avances para cambiar la conversación sobre el suicidio. Las voces de quienes han pasado por el suicidio (quienes han perdido a seres queridos o quienes han hecho intentos o han sufrido crisis suicidas) plantean un imperativo moral de prevención y representan un punto de vista que la investigación por sí sola no puede ofrecer. Con su ayuda, sacamos al suicidio de la sombra y lo incluimos en los debates sobre políticas públicas, programas de asistencia escolar y laboral y procedimientos sanitarios clínicos y hospitalarios.

Al intensificarse el diálogo público y al oírse las voces y las experiencias de tantos que han sido alcanzados por el suicidio, se han establecido algunas prácticas preventivas óptimas. Un ejemplo es el enorme éxito del método Cero Suicidios, que se basa en la idea de que las muertes por suicidio son prevenibles en quienes ya reciben atención. Es un modelo para los sistemas de salud parecido a otras iniciativas, como cero infecciones, cero errores médicos y cero caídas de pacientes.

Los que trabajamos en la prevención del suicidio tenemos el objetivo de reducir las cifras nacionales de suicidio 20% para 2025. Con el fin de alcanzarlo, tenemos que enfocarnos en los grupos que corren más riesgo, como el de los hombres de mediana edad, y tenemos que ver que reciban la atención, el tratamiento y el seguimiento que necesitan para conservar la salud.

Tenemos que seguir hablando.

 

Recursos: En Estados Unidos, puede llamar a teléfono de Prevención del Suicidio al 1-800-273-TALK (8255) y en Massachusetts, al teléfono de los samaritanos, 1-877-870 HOPE (4673)

 

 

Fuente:

http://www.wbur.org/cognoscenti/2017/03/14/why-are-so-many-middle-aged-men-killing-themselves-jerry-reed

 

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