Sigue a flote
Nota del editor: El siguiente artículo podría ser perturbador para personas que hayan sufrido abuso o agresión sexual, que tengan ideas suicidas o hayan perdido a alguien por suicidio.
No sé por donde empezar, supongo que presentándome. Soy una joven de 22 años, vivo en el Estado de México y mi nombre lo diré al final. Primero me gustaría que conocieran mi “yo” completa.
Antes de seguir, pido respeto ya que no quiero que se compadezcan de mí. No busco eso. No busco lástima, quiero que conozcan a lo que le llaman “acción – reacción”. Quiero que quienes pasan por algo similar sepan lo necesario que es buscar ayuda.
Soy una persona, que muchos verían, que lo podría tener todo. Una familia con padres casados, un hermano nano-tecnólogo con ofertas de trabajo en empresas gigantes, una casa llena de amor en la que cualquier persona se podría sentir cómodo (es el centro de reunión siempre para la familia y amigos) y yo, una joven estudiante de licenciatura en administración de empresas de entretenimiento y (hasta donde parece) muchos amigos quienes me aprecian. ¿Qué podría salir mal?
No puedo hablar del principio, porque la realidad es que no lo conozco. Lo he buscado en terapias y no lo encuentro. Pero les puedo contar que desde que tengo memoria, mi cabeza es un mundo aparte del que me gusta aparentar. Desde pequeña (alrededor de los 13 años) he tenido pensamientos autodestructivos y por mucho tiempo tuve que aprender a vivir con ellos.
Sé que hubo varios factores en mi adolescencia que me hicieron sentir insuficiente para la idea de seguir con vida; como el bullying durante toda mi primaria y secundaria. Esa falta de sentido de pertenencia, en prácticamente donde sea, hizo que desde niña no tuviera ganas de seguir aquí.
Recuerdo un primero de enero, cuando después de las 12 campanadas abracé a mi mamá y con todas mis fuerzas evitaba el pensamiento de pedir que fuera el último año nuevo juntos.
También comenzaron los cortes. Al principio sólo era un juego, después era cotidiano tener abiertas las piernas. Recuerdo el ardor cuando rozaban mis pantalones de deportes de la escuela. No era muy cómodo.
No pedí ayuda, no quería ayuda. Nunca he sido una persona que soporte el hecho de llamar la atención con cosas así. No me gusta que las personas me vean llorar y mucho menos el contar mis problemas. Incluso llegué a sentir que no era necesaria y que sólo era una adolescente más con problemas de autoestima y que pronto pasaría.
Llegó tercero de secundaria y encontré a las dos personas que hasta hoy son mis dos mejores amigas, y que tendrán un papel muy importante en esta historia.
Pero la pesadilla más grande llegó en primer semestre de mi preparatoria, cuando yo veía que mis amistades ya estaban teniendo a sus “novios” y yo, a pesar de que ya había tenido alguna relación, quería formar parte del club de las enamoradas y ahí fue cuando conocí a alguien que me cambió la vida 180°. Todo fue el 30 de noviembre del 2011. No voy a describir cómo fue que pasó, porque tampoco lo recuerdo. Sólo quiero dar a entender que no perdí mi virginidad como mis amigas comenzaban a decirme que la habían perdido. No hubo rosas, ni música de fondo. Sólo recuerdo su fuerza y mi voz privada diciendo “no”.
Sí, ahí fue cuando la pesadilla comenzó. Antes ya me sentía insuficiente, ahora me sentía inservible. Fue como si completamente hubieran apagado lo que poco a poco comenzaba a trabajar sobre mi persona. Pasó un año y nada cambiaba, al contrario. Eran diarias las pesadillas, los ataques de ansiedad, los delirios de persecución y hasta que el 12 de diciembre del 2012 no pude más y mis pensamientos me ganaron. Traté de dar un alto a todo con pastillas. Supongo que (afortunadamente) no fueron las suficientes. Me alejé de todos, me consumí en el alcohol y me quedé sola. Pero no cambió nada hasta el día en que mis papás supieron todo. Jamás voy a olvidar a mi mamá acostada en mis piernas llorando y pidiéndome perdón por nunca darse cuenta, los ojos llenos de odio de mi papá al saber que habían abusado de mí y mi corazón latiendo tan rápido que sólo quería salir corriendo y vomitar.
Fue ahí cuando todo empezó a sanar.
Mis dos mejores amigas me llevaron de misiones católicas y decidí tomar esa oportunidad para contarles todo. Tampoco voy a olvidar sus ojos y sus palabras. Pero sin ellas no tendría la fuerza suficiente para buscar ayuda profesional. Mi familia y amigas me acercaron a Dios y entonces encontré un motor. Busqué ayuda y aunque he cambiado de terapeutas, puedo estar segura de que siempre habrá alguien en un consultorio dispuesto a no dejarme caer.
No les voy a mentir, no ha sido ni un poquito fácil. Puedo decirles que tampoco estoy del todo sanada. Todavía hay temporadas de pesadillas en mi cabeza cuando duermo, todavía hay recaídas, todavía hay pensamientos algunos días… pero sé que siempre puedo regresar. La gente no se da cuenta, nunca se lo imaginan; pero no necesito que lo sepan. Como dije anteriormente, no me gusta contar mis cosas.
La depresión no es un estado emocional, ni un sentimiento. Aprendí incluso que ni siquiera es sentirte triste todo el tiempo; es simplemente no sentir. El cuerpo te lo dice, te pide ayuda. Aunque ya no había cortes, mi autocastigo y mi forma de lastimarme siempre fue vomitando todo lo que reprimía. La fatiga constante era un “modus vivendi” para mí.
Aún me queda mucho, MUCHO camino por delante. Pero poco a poco empiezo a encontrar motivadores. Se van por ratos, pero regresan cuando empiezo a amarme otra vez. Hoy sé que principalmente tengo que trabajar sobre el bloqueo de mis emociones porque posiblemente eso no me haga terminar de sanar, pienso que el sentir algunas veces es pérdida de tiempo cuando NO es así. Es extremadamente importante dejarte vivir los duelos, y aunque muchos los he evitado, poco a poco me he dejado vivirlos.
La depresión SÍ es una enfermedad, pero no es una gripa que puedes sanar simplemente una semana para otra. Pero si hoy, tú que estás leyendo esto pasas por lo mismo que yo; te pido que busques ayuda. La necesitas, no pienses que puedes solo. Busca a tus padres, a tus hermanos, a tus amigos; pero busca. Hay esperanza, te prometo que sí. Aunque duela, aunque canse, aunque pienses que no lo vale, siempre hay algo que te va a impulsar a lograrlo. En mi caso fue Dios y posteriormente mi carrera. ¿Pero tú?
A lo largo del proceso encontrarás personas que te recordarán que sí eres importante para ellos, eres importante en el mundo. Se irán otras, pero siempre serán parte de esa historia. Vendrán también situaciones que te volteen el estómago, probablemente la ansiedad regrese o tal vez te sientas muy mal para pararte de la cama… pero ya nada es igual una vez que avanzas.
Mi nombre es Ariatna Lorena Partida Guzmán (o Ari, si te caí chido), y esta es la primera vez que cuento mi historia; pero ojalá todos supieran lo bien que se siente hablar.
No estas solo, lucha contra tus demonios y el día de mañana te darás cuenta de que siempre podrás regresar a esa luz que tienen tus ojos.
Por: Ariatna Lorena Partida Guzmán