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Nota: Si tienes ideas suicidas o perdiste a alguien por suicidio, el siguiente artículo podría ser perturbador.

En los últimos años, se ha hablado mucho de suicidio en los medios de comunicación, sobre todo últimamente, pues se han quitado la vida celebridades talentosas e increíbles que daban la impresión de ser “felices”. Pero el suicidio todavía es muy poco entendido.

He tenido ideas suicidas y he hecho varios intentos, así que puedo dar fe de que no es un impulso que surja de improviso ni que se pueda tomar a la ligera. En mi caso, se presentaron cuando había llegado a un punto en el que no sentía nada: estaba bloqueada. No triste. No molesta. Me había vaciado de todos los sentimientos, que es la situación más siniestra en la que se puede estar.

Había perdido todas las esperanzas. Todas. ¿Es posible imaginar lo que se siente?

Tenía un hogar lindo. Familia, amigos, un esposo sensacional y un hijo hermoso, pero la depresión me escondía todo. Me decía que no lo merecía. Me decía que mi esposo de todos modos iba a abandonarme pronto y que mi hijo terminaría arruinado y abandonado si seguía con esta madre. Me decía que todos me odiaban. Me hacía creer que mis amigos no eran amigos de verdad, que hablaban de mí a mis espaldas, y también que mi familia quería que me muriera.

La depresión me hacía creer que matarme era lo mejor para los míos. Si de verdad los amaba, tenía que irme. Irme para siempre.

En mi caso, como en muchos otros, el suicidio no tenía tanto que ver con sentimientos personales, sino de hacer lo mejor para las personas que amaba. Eso me hacía creer la depresión.

El suicidio tampoco consiste en que una persona deambula con la cara larga, sintiéndose miserable y diciéndole a todos que quiere morirse o que se va a matar. Es algo que a los demás les cuesta trabajo entender. Sí, casi todos los que toman su vida lucharon con la depresión, así que con frecuencia se veían abatidos. Así pasa con muchos casos, pero en el mío, cuando tomé la decisión de acabar con mi vida, casi empecé a sentirme un poco “mejor”. Por ejemplo, había trazado mis planes y sabía dónde y cómo lo iba a hacer, y comencé a sentirme aligerada. Sabía que dentro de poco, todos mis seres amados se liberarían de mí y del dolor que representaba en su vida.

Lo anterior es un enorme signo de advertencia, así que exhorto a que lo tomen en serio todos los que pasan por lo mismo o que aman a alguien que cambia rápidamente de estar por los suelos a encontrarse bien, pues puede significar que ya hizo sus planes. Algunas veces, este cambio no implica nada grave y es un indicio de que las cosas mejoran; pero si el cambio es repentino, más vale estar pendientes.

Otra parte importante del suicidio es que no se reduce a que alguien declare que quiere morirse. También decimos otras cosas; por ejemplo, las siguientes:

1. “Quiero que se termine”.

Recuerdo que decía mucho esta frase. Recuerdo que se la decía a mi esposo y lo recuerdo mirándome desamparado. Quería que se acabara el dolor interno que me debilitaba. Quería que se terminara la invasión de pensamientos espantosos. Quería dejar de sentir que todo me abrumaba. Quería que los otros desistieran de cuidarme y me dejaran morir.

2. “Ya no quiero estar aquí”.

También me acuerdo de cuánto repetía esto. Me recuerdo diciéndolo a los médicos y a mis familiares. Siempre me contestaban preguntando si no quería estar en ese sitio o si ya no quería estar en ninguna parte. Casi siempre me refería a la segunda opción, solo que no me atrevía a decir en voz alta que quería morirme.

3. “Ya no puedo con esto”.

Me acuerdo de cuántas veces le dije esto entre lágrimas histéricas a mi esposo. Siempre me contestaba que él creía en mí y que yo iba a lograrlo. Pero sus palabras caían en oídos sordos. Él no tenía idea del dolor que sufría. Sentía que ni física ni emocionalmente podía enfrentar otro minuto este dolor ni el dolor que le causaba a los demás.

Creo que es importante entender que todos los que tienen ideas o tendencias suicidas luchan de manera diferente. No todos quieren morir, a diferencia de lo que a mí me pasó tantas veces. Quizá no pueden con la opresión de sus pensamientos o con el dolor que sienten, y piden ayuda desesperadamente y de la única manera que conocen o con la que se sienten cómodos.

Diría que se trata de estar alertas y tener la mente abierta. No juzguen. No supongan que saben cómo se siente el otro. No conjeturen que “solo quiere llamar la atención”. Todos tenemos la responsabilidad de borrar este horrible estigma y el único modo de hacerlo es hablar y compartir nuestras experiencias sin prejuicios.

Cuídense mucho y cuiden a los demás. Sean siempre amables. No saben qué batallas libran los otros.

Por Amy Stevens en The Mighty

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