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“El pensamiento cambia la estructura […] He visto pacientes que modifican su cerebro con sus pensamientos y que se libran de obsesiones y traumas que antes eran incurables”.

—Norman Doidge, psiquiatra canadiense, autor de El cerebro se cambia solo.

 

Lo bueno y lo malo de la plasticidad del sistema nervioso

El cerebro humano es considerablemente maleable. Puede cambiar de forma como una pelota de plastilina, aunque se necesita más tiempo y esfuerzo.

 

Gracias a los rápidos adelantos de los últimos 20 años en las neurociencias y la imagenología cerebral, ahora sabemos que el cerebro es capaz de someterse a reingeniería… y que nosotros somos los ingenieros.

 

En muchos sentidos, es una maravilla la plasticidad del sistema nervioso (un concepto que se refiere a los cambios cerebrales inducidos y perdurables a lo largo de la vida).

 

Veamos las evidencias:

– Podemos aumentar nuestra inteligencia (el cociente de inteligencia);

– Podemos aprender habilidades nuevas que nos cambien la vida;

– Podemos recuperarnos de ciertos daños cerebrales;

– Podemos aumentar nuestra inteligencia emocional;

– Podemos “desaprender” conductas, ideas y hábitos perjudiciales.

 

Pero del otro lado de la moneda, podemos empeorar el diseño de nuestro cerebro. Por fortuna, gracias a nuestra capacidad de desaprender conductas, ideas y hábitos perjudiciales, también podemos recomponer la situación.

 

Las creencias cambian el cerebro

Donald Hebb, pionero de la neuropsicología y la plasticidad del sistema nervioso, afirmaba que “las neuronas que se activan juntas, se conectan”.

 

El doctor Michael Merzenich, que hoy es considerado el neurocientífico más respetado del mundo, continuó el trabajo de Hebb y demostró que hay una relación entre nuestros pensamientos (“las neuronas que se activan”) y cambios estructurales en el cerebro (“se conectan”).

 

Entre los numerosos descubrimientos del doctor Merzenich, el más importante es quizá el siguiente: Las experiencias, conductas, pensamientos, hábitos, esquemas mentales y formas de reaccionar al mundo son inseparables de las conexiones que establece el cerebro.

 

Los hábitos negativos cambian el cerebro para mal; los positivos, lo cambian para bien.

 

Plasticidad y enfermedad

Consideremos esta cita del doctor Alex Korb, autor de La espiral ascendente: Neurociencias aplicadas para revertir gradualmente el curso de la depresión:

“En la depresión no hay nada fundamentalmente descompuesto en el cerebro. Más bien, la sintonía particular de los circuitos nerviosos crea una tendencia a un esquema depresivo. Tiene que ver con la forma en que el cerebro enfrenta el estrés, la planeación, los hábitos, las decisiones y muchas otras cosas: la interacción dinámica de todos esos circuitos. Cuando empieza a formarse un esquema, produce docenas de cambios cerebrales diminutos que pueden iniciar una espiral descendente”.

 

Quejas y cambios cerebrales

Todos conocemos alguna persona negativa, una persona que nunca está satisfecha con nada ni con nadie.

 

Las personas negativas casi siempre son quejumbrosas. Peor aún, no les parece guardarse sus opiniones y sus sentimientos, sino que buscan un interlocutor indefenso y se desahogan. Pero no hay que castigar a estos “depresores” que fastidian a sus amigos y sus familiares, sino comprenderlos.

 

En efecto, todos nos quejamos alguna vez. Los investigadores de la Universidad Clemenson demostraron empíricamente que todos nos condolemos cada tanto y que, simplemente, unos lo hacen con más frecuencia que otros.

 

En general, los quejumbrosos se dividen en tres grupos:

– Quejumbrosos que buscan atención. Las personas que se valen de las quejas para llamar la atención se mortifican porque les va peor que a los demás. Irónicamente, los interlocutores razonables prefieren ignorarlas de plano, en lugar de gastar energía mental en concentrarse en su negatividad.

 

– Quejumbrosos crónicos. Estos amigos viven en estado constante de queja. Cuando no están lamentándose de sus calamidades, probablemente lo están pensando.

Los psicólogos llaman a esta conducta compulsiva “rumia” y la definen como “repasar interminablemente una idea o problema”. Lamentablemente, la rumia se comunica directamente al cerebro deprimido y ansioso.

 

– Quejumbrosos de bajo cociente emocional. Los integrantes de este grupo no tienen suficiente cociente emocional, que es el equivalente del cociente intelectual en lo que se refiere a la comprensión de las emociones. A estas personas no les interesa el punto de vista, las ideas ni los sentimientos de los demás y sólo los usan como caja de resonancia, como pared de ladrillos. Entonces, se afligen y se desahogan en todas las oportunidades.

 

¿Tiene la culpa el cerebro?

La respuesta es (casi) sí.

 

En efecto, la mayoría de las personas negativas no quieren sentirse así. ¿Quién querría? Si se deja que se repitan en el cerebro conductas nocivas como el hábito de quejarse, se alteran inevitablemente los procesos mentales. Unos estados mentales alterados propician ideas alteradas que producen cambios de conducta.

 

El doctor Rick Hanson, neurocientífico y autor de El cerebro de Buda, explica el sesgo de negatividad:

“Los estímulos negativos producen más actividad nerviosa que los estímulos positivos de la misma intensidad. También se perciben más fácil y rápidamente”.

 

La repetición es la base de todo aprendizaje. Quien se enfoca repetidamente en lo negativo a fuerza de quejarse, estimula una y otra vez las neuronas del sesgo de negatividad. Generan su comportamiento negativo a base de repetirse.

 

Comentarios finales

No es posible ser feliz todo el tiempo ni hace falta intentarlo. En cambio, es conveniente dar pasos concretos para contrarrestar las ideas negativas.

 

En numerosas investigaciones se ha comprobado que la meditación y la conciencia personal son los medios más potentes para combatir la negatividad.

 

La psicóloga investigadora del pensamiento positivo Barbara Fredrickson y sus colaboradores en la Universidad de Carolina del Norte, demostraron que las personas que meditan todos los días tienen emociones más positivas que los demás. 

 

Después de un experimento de tres meses, en el equipo de Fredrickson observaron que “las personas que meditan a diario profundizan su conciencia, su sentido de que la vida tiene un propósito y sus redes de apoyo social y aligeran los síntomas de enfermedades”.

 

Anímate a aprender los fundamentos de la meditación, como la técnica de concentrarse en la respiración, y prepara un horario diario para meditar que sea adecuado para ti; 15-20 minutos diarios de meditación marcarán una gran diferencia en tu vida y en tu cerebro. 

 

 

Artículo traducido de: Wonderneed

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