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Nicholas Thomas recuerda un perchero. “Estábamos en una reunión familiar, creo que Navidad o algo así, y los niños jugábamos a las escondidas. Tropecé con un perchero y sentí que había hecho algo terriblemente mal”. Eso ocurrió cuando Thomas tenía 12 años. A los 22, fue diagnosticado con depresión. Dice que constantemente se acuerda de todo lo que cree que ha hecho mal al paso de los años. “Oigo dentro de la cabeza una vocecita que me regaña”.

 

Algunos científicos creen que los sentimientos intensos de culpa en la niñez, como los que sentía Thomas, pueden ser una advertencia seria de trastornos mentales, como depresión, ansiedad, trastorno obsesivo compulsivo y trastorno bipolar, en edades posteriores.

 

Desde hace mucho, en las investigaciones se vinculan los sentimientos excesivos de culpa con trastornos mentales en adultos; por ejemplo, en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales DSM-V, los sentimientos excesivos de culpa se anotan como síntoma de depresión. Pero investigadores de la Universidad de Washington en St. Louis han visto que la culpa excesiva en niños estaría vinculada con una parte del cerebro que se relaciona con el control de varios trastornos mentales.

 

Como parte de un estudio de 12 años, los investigadores examinaron la corteza insular cerebral, la cual regula la percepción, la conciencia propia y las emociones, y vieron que en los individuos en los que esta corteza es más pequeña, hay trastornos de ansiedad, depresión, esquizofrenia y otros problemas del estado de ánimo.

 

Los investigadores tomaron imágenes del cerebro de 145 niños en edad escolar. Además, les pidieron a sus mayores que dijeran si sus hijos habían mostrado síntomas de culpa excesiva, como pedir perdón constantemente por faltas menores o tener remordimientos por cosas pasadas mucho tiempo atrás. Los investigadores encontraron que los sentimientos de culpa excesiva se correlacionaban notablemente con una corteza insular de menor tamaño.

 

“En los niños con mucha culpa, incluso los que no necesariamente estaban deprimidos, el volumen de la corteza insular era menor, y ese volumen menor es factor de pronóstico de una depresión”, dijo Joan Luby, coautora del estudio.

 

“En esta investigación se indica que las experiencias de la niñez temprana influyen en el desarrollo del cerebro”.

 

Luby dice que estos resultados (publicados en noviembre de 2017 en la revista JAMA Psychiatry) son importantes porque se trata de uno de los primeros estudios en los que se relacionan sentimientos infantiles de culpa excesiva con diferencias en el cerebro.

 

“Se han realizado innumerables estudios de conducta infantil, pero en términos de cambios en cerebro, hay pocos datos”.

 

Michelle New, psicóloga y profesora asociada de la Escuela de Medicina de la Universidad George Washington, en Washington, dijo que esta investigación servirá para delimitar regiones específicas de la anatomía cerebral, con el fin de identificar a los niños que corren el riesgo de sufrir trastornos mentales en etapas posteriores de la vida.

 

“Esta investigación es novedosa e interesante, porque ha permitido examinar cambios en el cerebro y muestra la importancia de la intervención oportuna. Es peligroso desestimar la sintomatología inicial”.

 

New explicó que los trastornos mentales se encuentran en estado latente entre los cuatro y los 12 años, por lo que poder detectar a los niños que corren riesgo de sufrir trastornos del estado de ánimo ayuda a padres y médicos a tomar medidas preventivas con más tiempo.

 

Además, esta investigación aporta pruebas neurológicas de lo que los investigadores habían empezado a sospechar: la culpa en los primeros años de vida tiene efectos negativos en los niños y puede causar más adelante depresión y ansiedad.

 

En un estudio publicado en 2013 por científicos de la Universidad de Jyväskylä, Finlandia, se indica que los métodos de crianza que despiertan sentimientos de culpa en los niños los dejan molestos y enojados muchos días. En otro estudio, publicado en 2003, los científicos descubrieron que los hijos de padres que aplican tácticas que inducen culpa tenían muchas más probabilidades de internalizar trastornos. La depresión y la ansiedad son ejemplos de trastornos internalizados.

 

La cuestión es si la culpa causa trastornos mentales en edades posteriores o si una predisposición biológica a los trastornos mentales se manifiesta con síntomas tempranos de culpa excesiva. Pero New dice que en el contexto clínico este punto no importa.

 

“No se trata de que el síntoma vaya a desaparecer. Lo importante es que haya prevención y una intervención oportuna”.

 

Los investigadores de la Universidad de Washington también buscan medios eficaces de ayudar a los niños a manejar la culpa, por si con ello pudieran mitigar los trastornos mentales en edades posteriores. Luby dice que están dando los primeros pasos para conocer el efecto de la psicoterapia en la conducta infantil y sus repercusiones en el funcionamiento cerebral:

“Apenas estamos en el primer año, pero mi impresión clínica es que estos niños mejoran mucho”.

 

Artículo traducido de: The Atlantic 

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