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Por: Eugenia Hegewisch

He tenido acercamientos a la depresión en distintas etapas de mi vida, ya sea a través de terceros o por experiencia propia. En cada momento o situación he tomado opiniones distintas hasta el día de hoy, desde la más ignorante en mi pubertad, fruto de prejuicios y poca información, hasta la empática/comprensiva –que mantengo el día de hoy–.

 

Hace muchos años, mi mamá nos sentó a mis hermanas y a mi para hablar con nosotros. ¿Su motivo? Sufría una depresión por la que debía tomar antidepresivos. Nos habló sobre sus sentimientos, su niñez y cómo muchas situaciones afectaron su vida y ánimo ante ella. No recuerdo el discurso exacto, sólo recuerdo lo que pensé y sentí. Típica puberta y con completa ignorancia del tema mi reacción fue: sí, ajá. Como sufres. (Léase en tono sarcástico). Sólo lo pensé, no lo dije –era ignorante nada más, no pendeja–.

 

Después de esa plática, no volvimos a tocar el tema, no hable de eso con nadie, ni con mis hermanas, y seguí con mi vida como si nada. ¿Estoy orgullosa? No, but I didn’t know any better.

 

Después vinieron otras situaciones familiares que hicieron que tomará interés en el tema. Comence a educarme y a abrir la mente a un mundo de enfermedades que no vemos, pero que definitivamente están ahí. Platicaba de la situación familiar con pocas amigas, pero esto me hizo darme cuenta que mi familia no era la única y que allá afuera exisitía un mundo de personas que sufrían o sufren depresión. Gracias a la apertura que he tenido para hablar temas sensibles comencé a darme cuenta que este padecimiento afecta con más frecuencia y a más personas de lo que queremos imaginar, y de lo que nos hace creer el mundo exterior.

 

En el momento que abres esa puerta empiezas a ver que es más común y que no tiene nada de malo.

 

En la universidad, una amiga me plático que la habían diagnosticado y recetado Happy Pills –así apodamos los antidepresivos–. Ella fue la segunda persona cercana que me contó abiertamente su sufrimiento, pero esta vez fui más comprensiva. No juzgue, todo lo contrario. Le dije que todo saldría bien y que no tenía nada de malo tomar Happy Pills. Y claro, que estaba para apoyarla.

 

No se cuando deje de los prejuicios y empecé a entender la depresión –o lo que pueda llegar a comprender una persona que no la ha sufrido o por lo menos no un grado severo–, pero comencé a verla como lo que es: un padecimiento que afecta a cualquiera y que, aunque no haya síntomas físicos, se sufre como cualquier otra enfermedad grave, o incluso peor.

 

 

Mi grado de depresión

No me voy a victimizar, como tampoco voy a minimizar el sufrimiento, las cosas como son: yo sufrí un leve grado de depresión situacional. Nunca me recetaron antidepresivos, nunca fue algo grave. Fue una depresión por causas externas, no química. Hace 3 años mi mamá se murió de cáncer. Podría escribirles toda la historia, y hablar de mi mamá por horas, pero no es el tema. Durante el duelo, del que apenas estoy saliendo –aunque a veces dudo si es cierto eso, si alguna vez salimos del duelo–, sufrí depresión por su muerte. Y no, no he llegado a sentir las cosas que siente alguien que tiene una depresión severa, pero puedo identificar ese sentimiento de no querer despertar nunca. De querer cavar un hoyo y nunca salir de ahí. De pensar que, quizás, sería mejor dejar la vida aquí. Me levantaba y hacía mis actividades diarias como si nada, como si todo en mi cabeza estuviera bien. Sin embargo el sentimiento, la tristeza, el cansancio, la ansiedad, la falta estaban todo el tiempo, vivía con ellos y me acompañaban a todos lados. No se si mi papá y mis hermanas sufrieron también depresión, supongo que sí, pero nunca hablamos de eso. Intentabamos estar bien y ser apoyo para el otro.

 

Para acabarla de amolar, mi tío se suicidó a tan sólo 6 meses de la muerte de mi mamá–. Fue el shock más grande. Por lo menos con mi mamá viví la enfermedad y ví su desgaste. Con mi tío sólo sus hijos y su esposa vivieron de manera cercana la enfermedad, pero esa no es mi historia.

 

Sin embargo, cuando pasó entendí que había sido un acto de amor más que un acto egoísta. A pesar de no saber qué lo afligía, pude entender su por qué, o parte de él.

 

Es muy fácil decir que el suicidio es un acto egoísta. Es muy fácil juzgar a las personas que sufren de depresión, y otras enfermedades, porque no vemos los síntomas, no sabemos lo que están sufriendo. Pero que no lo veas no quiere decir que no sea real. Por lo que debemos intentar entender, debemos hablar de la depresión. Quitémosle el estatus de tabú y hablemos de ella, para apoyar, para educar, para difundir, para que aquellas personas que las sufren y temen hablar de ello, salgan y busquen ayuda.

 

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